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¿DÓNDE ESTÁN? SIGUE SIENDO UN GRITO Y UNA HERIDA ABIERTA

UN TIRO EN LA SIEN PARTIO SU JUVENTUD

POR MAGALI REYNA QUEZADA
Agosto de 2005


Mi esposo Guillermo Filomeno Alvarado fue víctima de la violencia extrema que cegó su vida durante el gobierno de Alan García Pérez, en el Penal de Lurigancho, murió junto a 123 prisioneros que reducidos y rendidos fueron asesinados, fusilados con una bala en la sien, hasta hoy, lo lloro en una supuesta tumba, porque nunca nos entregaron sus restos.

Corría el año 1983, escuchaba por los diferentes medios de comunicación, cómo la vida de otros, para algunos no vale nada: "Si de 100 que matemos, uno es senderista, bien muertos están los 100". Y no fueron simples ideas o errores de algunos agentes del Estado; años más tarde, en un programa de televisión del Sr. Hildebrandt, se leía y escuchaba con horror la orden para las FFAA, de eliminar el objetivo y toda su familia.


Un 19 de Junio, el río negro partió la juventud de más de 300 prisioneros, volados en pedazos o con un tiro en la sien, en el Frontón, Lurigancho y Callao; muchos de ellos, jóvenes, estudiantes, obreros, hombres de campo, mujeres, madres, hijos. Era el gobierno de Alan García, en plena ciudad, en la capital Lima; se les exterminó como lo manifestaron los diarios de la época, crímenes de lesa humanidad que, hasta hoy, permanecen impunes; y hasta con desvergüenza pretende Alan García Pérez exculparse.

Meses antes, mi esposo me decía que la orden del gobierno era dispersarlos, llevarlos a sus lugares de origen y ahí buscarían asesinarlos y que así pasaría desapercibido; montaban previas campañas acusándolos de que: "desde la cárcel dirigían", "penales, escuelas de terror" para justificar lo que venían maquinando; estas palabras y amenazas se cumplieron poco tiempo después. Ante la muerte de Ponce Canessa, un oficial de la marina, lanzaban la siguiente amenaza pública: "Han despertado al león"; ¿Quién iba a imaginar que el desenlace cruel y abyecto estaría tan cerca?.

Mi esposo, primero estuvo recluido en El Frontón, "Apolonia", como le llamaban los prisioneros a la isla, en el pabellón azul, que se encontraba enclavado entre inmensas rocas.

"Cuando visitaba a mi esposo me nutría de su optimismo... fuerza y voluntad de lucha... El amor a la humanidad"

Para llegar hasta ellos, cruzábamos el mar, y ni el camotal (denominación dada por los pescadores y marinos a una zona peligrosa de remolinos en el mar, en el trayecto entre el muelle Dársena y la isla El Frontón), nos detenía, llegar y verlos; pese a constantes hostigamientos, persecución, corte de visitas, amenazas, etc., la campaña contra ellos se intensificaba, tocamos puertas de aquí y allá: del Poder Judicial, la Iglesia, la prensa, alertando del asesinato masivo que se tramaba y recibimos un cómplice silencio. Los familiares visitábamos a los prisioneros en las diferentes cárceles, movidos por el sentimiento de preservar sus vidas.

"En cada piedra, en cada lugar de esta isla, ahí dejaremos nuestras vidas"

Cuando visitaba a mi esposo me nutría de su optimismo; y ese aferrarse a la vida, esa fuerza y voluntad de lucha que nos transmitían el amor a la humanidad. En El Frontón sus amigos decían: "En cada piedra, en cada lugar de esta isla, ahí dejaremos nuestras vidas". En el pabellón Industrial, desafiando la adversidad, en lenta agonía, los prisioneros día a día, arrancaban la falsa apariencia de democracia, de "ley en la mano" de tan cruel gobernante, que, con la sangre de cientos, de muchos, se bañó un 19 de junio. Develada quedó su esencia a costa de sus propias vidas. Aún está vivo en mi mente: "¡Defenderemos nuestras vidas!".

Y así fue, el 18 de junio escuchamos muy temprano por los medios de comunicación: "Motín senderista". Fui de inmediato al penal estrujando el corazón y junto a otras madres, no importándonos dónde estaba nuestro familiar; ahí lo que importaba era acudir, defender, evitar el tormento a lo que eran sometidos nuestros familiares prisioneros, contener el río negro que se afanaba en llevarse la vida y la juventud. Los familiares nos ofrecíamos: "aquí, yo voy a El Frontón", "yo también", "yo voy a Lurigancho", "yo voy al Callao", "a la prensa". Unos fuimos al muelle Dársena, otros fueron a la puerta del Penal de Lurigancho y otros al Callao, penal de mujeres. Fui ese día, junto con otros, a todas partes. Llegué al Dársena, en el Callao, caminamos por la playa buscando saber qué pasaba en la isla, oíamos, olíamos, atisbábamos, a lo lejos se escuchaba el ruido de explosiones que el mar, conmovido ante tanto dolor, nos traía.

No nos movimos, pero estábamos en la boca del león que clamaba venganza; es así, que los de la Marina envalentonados nos agredieron, reprimiéndonos, en colusión con la policía, con bombas lacrimógenas, rochabuses y varazos; no bastó: nos detuvieron y nos llevaron a la Comisaría Alipio Ponce. Algunos familiares salimos ya tarde, otros pasaron a la DINCOTE, buscando amedrentarme, amedrentarnos y que no prosiguiéramos en nuestro empeño. Salí y me dirigí al Penal de Lurigancho, estaba cercado por policías armados hasta los dientes y dentro estaba el ejército; a las pocas horas el ejército tenía todo el control del penal.

Comenzamos a protestar; a exigir ver a nuestros familiares, y por más que querían botarnos no podían; era una fuerza desde dentro que nos impulsaba a permanecer, empujar, pelear, tirar piedras, palos, comida, huevos, nada podía contener nuestra justa ira. ¿Sufrimos? ¡Sí, pero con honor! No teníamos nada y teníamos todo, nuestra fuerza: el luchar por la vida de aquellos que estaban dentro, hombres desarmados, prisioneros. Me contaron que en el Callao se quedaron frente a una tranquera del penal de mujeres hasta tarde en la noche, escuchando las detonaciones, las balas, ahí estaba la FAP, se oían cantos, voces, luego una tensa calma.

En la madrugada un carro, como un espectro, salió llevándolas ¿a dónde? ¡Qué dolor! . Y ahí a lo lejos se vio una luz encarnada y unas manos que agitaban: "¡Somos nosotras!". Esa valentía, en hecho hondo, estremeció nuestras almas.

Muy temprano del día 19, muchos de nosotros fuimos a los mercados del Callao y de Canto Grande, a los barrios de la zona, a las universidades, clamando justicia. En Lima, se encontraba la Internacional Socialista, otro aval para García Pérez. Fui, junto a otros familiares, a las mujeres, obreros, jóvenes y sentí: ¡No estamos solos!.

Nuevamente volví, ya tarde, a Lurigancho, no había cansancio, hambre ni sed. Y llegó un rayo que me partió el alma e hirvió la sangre: "¡No ha quedado ninguno vivo en Lurigancho! ¡Todos están muertos!" 125 prisioneros que habían sido reducidos, sacados del Pabellón Industrial en Lurigancho, fueron fusilados. En la madrugada vi salir camiones, como una mancha negra, lúgubre, llevaban por carga cadáveres, cuerpos de nuestros seres queridos ¿Dónde estará mi esposo? ¿Dónde están sus amigos? ¿Dónde están? Se ahoga el grito en mi garganta.

Los desperdigaron, enterrándolos clandestinamente, pretendiendo ocultar su crimen monstruoso. Fueron fusilados con un tiro en la sien, pude comprobarlo en los nichos, que junto a otros familiares, abrimos, desde Huacho hasta Cañete. Vi con mis propios ojos cómo actuaron con sus cuerpos yertos, con alevosía, ensañamiento, repasados a bayonetazos, hasta les rapiñaron sus cosas: zapatillas, relojes ¡saqueando a los muertos ! A qué grado puede descender el hombre!

"Me negaron el derecho de llorarlo, velarlo, enterrar al ser que amaba"

Nos movilizamos por el Jirón de la Unión, la Plaza de Armas, convirtiendo nuestro dolor en fuerza, exigiendo la justa sanción. ¡queremos que nos entreguen a nuestros hijos, los queremos vivos, dónde están los sobrevivientes! Ahí no importaba si era hijo o no, madre, campesina, casera o mujer de avanzada, presentes estuvieron siempre. ¡Sí, sufrimos, pero con honor!.

Luego vendría semanas de empuñarse el corazón, recorrimos los cementerios, no nos entregaron sus cuerpos. Me negaron el derecho de llorarlo, velarlo, enterrar al ser que amaba; fui por cada fosa oliendo a muerto, atisbando, arañando la tierra, buscando las fosas sin nombre que nos decían: no permitan que nuestras muertes queden impunes.

Así vi en el cementerio de Pachacamac, cómo unos perros rascaban la tierra, aullando como lobos, queriendo encontrar los cuerpos de los prisioneros.

Corrimos, abrimos la tierra y encontramos dos cajones y cuerpos, uno encima de otro, en un nicho un cuerpo sin cabeza; era Segundo Chávez, su hermana lo reconoció y en la puerta del cementerio, la ropa (un pantalón verde) de Justo Montoya. No pudimos reconocer sus restos, pues eran un montón de huesos, carnes, brazos, arena y ropa; pero sí sabíamos que eran de El Frontón, destrozados con tal saña ¡Volados en pedazos! Una política sólo vista por el mundo en los campos de concentración nazi o en las guerras yanquis que hoy vemos en el mundo.

¡Estos crímenes no pueden quedar impunes! ¡Que se nos entreguen los cuerpos! ¡Que se juzgue a los culpables!

Lleva detenida más de 13 años y anhela reunificarse con sus hijos



"18 de Junio 1986, la matanza de los penales, El Día de la Barbarie.
A las 11:50 minutos de ese miércoles 18 de junio de 1986, se inició en palacio de gobierno un Consejo de ministros extraordinario. Las decisiones que se tomaron en dicha reunión, desencadenaron uno de los episodios mas sangrientos de toda nuestra vida republicana.
Y a pesar de que en un principio se intentó ocultar la verdad, con el paso de los días ésta se develó al país como una operación de exterminio ordenado desde el poder"
REVISTA DOMINICAL "DOMINGO" de la República, 16 de junio del 2002.



De la Revista "LA VOZ DE AFADEVIG", N° 3.

Fuente: Asociación de Familiares de Presos Políticos, Desaparecidos y Víctimas de Genocidio - PERU (www.afadevig.org)