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¡MADRE CORAJE DE A VERDAD¡

POR MARISOL M.
Agosto de 2005


Quien suscribe es una prisionera recluida en el Establecimiento Penal de Régimen Cerrado Especial de Mujeres de Chorrillos. Llevo más de 11 años en esta situación y quiero hacer de conocimiento público estos hechos, muy especialmente para quienes guardan sentimientos profundos hacia sus padres.

Intento hacer ver cómo han sido atropellados los derechos de los presos, por parte de las "fuerzas del orden", amparados en sus llamadas "leyes antiterroristas", violentando incluso la propia Constitución. De cómo ese atropello lo hicieron extensivo hasta nuestros seres queridos. En mi caso, particularmente, se ensañaron con mis padres, buscando atemorizarlos y hastiarlos para que no me visitaran.

En el año que me detienen, mi madre tenía 58 años y mi padre 75 años de edad; él sufría una severa sordera. Yo tenía 21 años y era estudiante universitaria. De la DINCOTE me trasladaron al establecimiento penal de Castro Castro en Canto Grande.

El año 1992, cuando Fujimori gobernaba el país, las FF.AA. perpetraron viles ataques contra las personas recluidas en el penal de Canto Grande. Esos cuatros días: 6,7,8 y 9 de Mayo fueron para mis padres como un taladro sobre sus pechos que horadaba sin clemencia. Cada hora, cada día que pasaba, el dolor y la angustia eran mayores. Sólo una cosa podía consolar el llanto desgarrador de estos ancianos: obtener la certeza de que su hija estaba viva y sana.

Mi madre recorrió los hospitales, no le daban razón de mi paradero; buscó en la morgue, pero no pudo reconocer a nadie, no podía distinguir a una mujer de otra, pues los cadáveres tenían los rostros y parte de sus cuerpos quemados.

AI fin me ubicó, me habían trasladado al penal de Cachiche, en Ica. Me aislaron llevándome a otro departamento, alejándome de la familia. Mis padres ya no podían visitarme continuamente, ahora era diferente.

La primera visita que tuve fue de mi madre. Nos abrazamos fuertemente y nuestras lágrimas rodaron por nuestras mejillas confundiéndose unas con otras; casi no pudimos conversar, sólo nos dieron 15 minutos; esa era la orden que dieron "desde arriba", dijeron los guardias.

Cuando ya estuve en Chorrillos, mi madre me contó cómo los guardias la hostigaban, diciéndole: "¿Para qué llora por una hija terruca?", que "mejor hubiera sido que muriera". Así se burlaban de ella, la hostigaban sin tener la más mínima consideración por su cabeza encanecida.

Las visitas eran como en Cachiche, por locutorio, una vez al mes y por media hora. Pero era más sofisticado, habían dos mallas de trama de alambre grueso y denso; una malla frente a otra, separadas por unos 30 cms, de cemento, lleno de polvo que nadie podía sacudir, colocados desde el techo hasta el mesón de cemento; todo esto en un ambiente cerrado, oscuro, con mucha resonancia. Era desesperante para quienes tenían problemas de sordera, como mi padre, que con 78 años, casi no veía ni escuchaba; sin embargo, cada mes venía junto con mi madre.

Durante mi permanencia en este penal, jamás pude entablar una conversación con mi padre. En el locutorio él me hablaba pero no escuchaba lo que yo le respondía y sólo me comunicaba con él a través de señas. Así le enviaba un abrazo y un beso, con eso mi pobre padre se consolaba.

Cuántas solicitudes envié al Coronel Cornejo Coveñas para que autorice una visita directa con mi anciano padre; muy indolente, me reiteraba que a eso sólo tenía derecho las arrepentidas, burlándose así del dolor ajeno.

El Coronel Cornejo Coveñas, director del penal (92 - 95) y el coronel Enrique Castillo (95-98) fueron quienes se empecinaron en aplicar las llamadas "entrevistas con tu familiar". El coronel y el Consejo Técnico, me llamaron delante de mi madre para "ofrecerme privilegios" a cambio de mi "arrepentimiento". Me decían: "La hemos visto insistiendo; tantas veces!. Pero le he dicho que estás castigada y que no tienes derecho a nada. Arrepiéntete, si quieres ver a tu madre, tener visita y salir pronto. Di lo qué sabes y arrepiéntete".

Mi madre espectaba. ¿De qué me iba a arrepentir? Indignada por tales ofrecimientos y chantajes, de ver cómo traficaban con el dolor de mi madre, respondí: "Yo no me vendo por un plato de lentejas". Me dijeron que las que no se arrepentían no tenían derecho a nada y a empujones me sacaron de la oficina. Vi a mi madre Ilorar. Sentía desgarrarse mi corazón al dejarla y no poder socorrerla, querían arrastrarme a la desesperación y que yo misma denigre mi integridad moral, auto inculpándome y hacer sufrir a otras personas haciendo uso de la mentira, hasta destruir hogares y que lleve sobre mi conciencia ello.

El 94, me sentenciaron con "criterio de conciencia" a 12 años de carcelería efectiva. Esta vez mi madre, sacando fuerzas de su dolor, dijo: mientras tanto, seguiré viniendo como siempre, no tengas pena". No se lo hizo saber a mi padre, para evitarle mayor pena de la que tenía, y estuvo ella sola soportando este dolor, a veces sufría desmayos dentro del penal y ni siquiera por eso me era permitido tocarla, acercarme a ella y abrazarla.

Los años pasaban y la esperanza de mi padre de verme libre se iba desvaneciendo. Supo de mi sentencia y eso lo angustiaba, pues era consciente de que a su edad no se pueden fijar plazos. Por todo este sufrimiento al que fue sometido, le devino un derrame cerebral. Pedí entonces al nuevo Director Coronel Castillo, que considerara la situación de mi padre, él mismo podía constatar, pero se negó a darme la visita directa.

Mi padre muere a los 83 años, en la angustia de no ver libre a su hija; menos darle una última caricia. Cuando mi madre vino a verme, no le dejaron ingresar porque estaba de luto (el negro, rojo y verde están prohibidos). ¿Acaso una anciana que recién ha enviudado, no tiene derecho a guardar luto y visitar a su hija detenida? Otro atropello contra la dignidad de mi madre.

"Sólo pude enviarle una rosita. Mi pobre madre arañaba la vida con uñas y dientes, quizás esperando mi presencia"

Desde el 98 al 2000, mi madre, como siempre me visitó. En cada visita iba contando los meses y los días restantes, contando el tiempo que faltaba para mi salida. Sabía que en otros pabellones sí había visita directa y nosotras sin siquiera podernos abrazar, ni una caricia; ya que en el pabellón aún se nos negaba ese derecho. Cuántas veces mi madre tuvo que contener sus lágrimas en el locutorio para decirme: "Hija, coma quisiera que mis manos fueran tenazas para arrancar estas rejas y traerte junto a mi pecho".

En enero y febrero del 2000, se le declaró la diabetes, su salud se fue resquebrajando de manera muy acelerada. La última vez que la vi en el locutorio, me dijo: "Hija, creo que voy a morir", traté de animarla. Le pedí que descanse, que deje de venir hasta que se mejore. Me respondió: "Por favor hija, perdóname si ya no puedo venir a verte, no quiero dejarte, pero, de repente muero, perdóname, siempre mi corazón estará contigo, tú también piensa en mí".

Y estas palabras quedaron marcadas en mí. Luego supe que mi madre estaba desahuciada con cáncer al páncreas. Fue el dolor más grande que jamás experimenté, como si todo lo que pasamos juntas, esas vivencias que fueron marcando nuestras vidas, no serían más profundas que el dolor que me causaba saber que mi madre ya no estaría más con vida. Es que no sólo yo estaba sentenciada sino que la condena incluía a mis ancianos padres; ella también estuvo sentenciada a morir sin recibir el abrazo ni el beso de su hija de quien estuvo siempre pendiente. El apoyo de las prisioneras que viven conmigo en el pabellón jamás me faltó.

Mis familiares hicieron, gestiones para que se me permitiera ir al hospital, donde mi madre agonizaba y poder despedirme de ella. En el penal no lo autorizaron. La asistenta les dijo qué la ley no lo permitía, que ya no tenía derechos, que era por gusto que insistieran. Menos aceptaron que el féretro pasara por la puerta para que yo pudiera despedirme.

De esta forma se agotaron las esperanzas de mi familia, mientras veían con dolor cómo mi madre agonizaba llamándome en su delirio y yo aquí encerrada, sufriendo de la misma manera. ¿De qué vientre han nacido aquellos que niegan el derecho de asistir a una madre en su lecho de muerte? No todos han tenido la suerte de tener ¡Una madre coraje de verdad!

He vertido lágrimas ante mis compañeras, nunca ante aquellos que me negaron y seguían negando todo tipo de derechos; ellos, que jamás se conmueven del dolor ajeno. Pero me esforcé en transformar el dolor en fuerza y seguir viviendo, aprendiendo a sufrir con dolor, pero con honor. Una vez más estuvo puesta a prueba mi convicción y su recuerdo siguió y sigue siendo la fuerza constante que ella supo brindarme.

Sólo pude enviarle una rosita. Mi querida madre arañaba la vida con uñas y dientes, quizás esperando mi presencia y sólo tuvo que conformarse con aquella rosita que aún mantenía en sus pétalos la humedad de mis lágrimas. Ella, al igual que mi padre, moría en la desesperanza y el desconsuelo de no poder estrecharme entre sus brazos.

Justificada es mi rabia por tan terrible crueldad de no permitir que a dos ancianos se les consuele con una última caricia ¿porqué tanto ensañamiento contra mi familia? ¿quién puede barrar esos años de dolor y frustración?. Estos hechos que denuncio son expresión de odio y venganza.

Han sido casi 12 años de encierro ¿Acaso no ha sido suficiente el sufrimiento vivido? Todo eso lo avalan las inconstitucionales leyes antisubversivas, hoy las retocan, pero su esencia sigue siendo la misma. Lo que se necesita es que se traten, se resuelvan los problemas de los acusados por terrorismo, de los requisitoriados, de los expatriados, desplazados, etc.

Que exista la voluntad de resolver los problemas, dejando de lado rencores, odios y venganzas; y que todas estas personas puedan reintegrarse a la sociedad peruana sin que tengan que pasar por ningún tipo de persecución.

Al obtener su libertad, ya no encontrará a sus padres



"La defensa de la persona humana y el respeto de su dignidad son el fin supremo de la sociedad y del Estado".

CONSTITUCION del 93 Art. 1 Derechos Fundamentales de la Persona.

* Según estas palabras la dignidad de la persona y sus relaciones personales deberían ser respetadas, pero hay quienes hicieron tabla rasa de ello, usando chantaje y ensañándose con el dolor ajeno.



De la Revista "LA VOZ DE AFADEVIG", N° 3.

Fuente: Asociación de Familiares de Presos Políticos, Desaparecidos y Víctimas de Genocidio - PERU (www.afadevig.org)