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Palabras de Gisela Ortiz, representante de las diez familias del caso "La Cantuta" en la ceremonia de desagravio y perdón público que les ofició el Estado peruano, en cumplimiento de la sentencia de la Corte Interamericana de DDHH:

ALEGATO CONTRA EL OLVIDO
POR NUESTRA MEMORIA, POR NUESTRA HISTORIA


El 18 de julio de 1992, la dictadura de Alberto Fujimori ordena a su escuadrón de la muerte, grupo "Colina", realizar un operativo en el interior de la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle, La Cantuta, que se encontraba bajo control militar desde mayo de 1991; para secuestrar, asesinar y desaparecer a nueve estudiantes y un maestro quienes se encontraban en las viviendas universitarias.

Fueron llevados amordazados hasta el kilómetro uno y medio de la Carretera Ramiro Prialé y puesto de rodillas con la cabeza inclinada hacia delante, las manos atadas a la espalda y asesinados cobardemente con tiros en la cabeza. Enterrados clandestinamente, desenterrados esa misma noche, enterrados en fosas mejor elaborados y cubiertos con cal para borrar las evidencias. Desenterrados, en abril de 1993, por órdenes directas del "valeroso general" Hermoza Ríos, llevados a Cieneguilla, quemados con gasolina y Kerosén y vueltos a enterrar clandestinamente. Convirtieron así a nuestros familiares en víctimas de esta violencia política en parte de esta estadística para entender la magnitud de la violencia vivida y a nosotros en familiares de víctimas.

Pero esta tierra nuestra no quiso convertirse en cómplice de estos asesinos ni verse manchada con sangre inocente y devolvió a sus hijos en 1993 y fue brotando la verdad de las tumbas, de fosas, de restos vueltos a armar y de cadáveres que se olvidaron desenterrar. Así arrancamos respuestas arañando la tierra con nuestras propias manos. Así los volvimos a tener entre nosotros despedazados por el odio, la intolerancia y la injusticia que vino como una orden desde el Estado, a través de algunos agentes del servicio de inteligencia que decidieron usar el terror y la muerte como forma de enfrentar la violencia.

Puede parecer un cuento de terror o de ficción, pero es un historia real de las miles que, lamentablemente, tuvo nuestra historia reciente de dolor y violencia política. Pero nuestros familiares no fueron asesinados sólo por una bala asesina, son unas de las víctimas a las que se siguen matando a diario con nuestra indiferencia; quienes hablan de paz sin exigir y anteponer la verdad y justicia, quienes intentan arrebatar la dignidad de nuestros familiares para justificar sus crímenes; quienes pretenden que vivamos amnésico, sin memoria; olvidando y arrancando de nuestros corazones a nuestros seres queridos. Porque es preferible olvidar que reconocer que hay responsables que deben ser castigados.

En una fecha como hoy en la que mi hermano Luis Enrique cumpliría 37 años de edad y que el Estado da cumplimiento a una exigencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos; después de 15 años de dolor e impunidad; tal vez sea oportuno y necesario preguntarnos qué nos corresponde hacer a cada uno de nosotros como ciudadanos y ciudadanas peruanos para que "las cantutas de dolor" no se repitan más en nuestra historia; para que esa justicia que tanto relamamos como familiares se convierta en la exigencia de todos y todas; para que ese país diferente con el que soñamos empiece a construirse ¡hoy! sobre las bases de verdad, justicia, respeto y lucha contra la impunidad.

Nosotros ya perdimos bastante en esta historia: perdimos hermanos, hijos, esposos, sobrinos, amigos; perdimos también proyectos de vida personal, la integridad de nuestras familias, años de nuestras vidas dedicadas en exclusividad a esta lucha por justicia y nuestro estado peruano que también nos representa, tiene que entender que no podemos seguir perdiendo más, no podemos seguir hipotecando lo que nos queda de vida a una lucha que nunca acaba que no tiene plazos.

Necesitamos que el Estado no sólo reconozca el daño causado sino que se convierta en nuestro aliado para que haya castigo por las responsabilidades del pasado, que se ubiquen cada uno de los restos de quienes se encuentran desaparecidos, que se de información sobre las identidades de los asesinos, que haya reparación integral e individual para cada una de las víctimas con nombres y apellidos, que se construyan y se espeten lugares de memoria para recordar estos hechos, que se aprenda del pasado para no cometer los mismos actos en el futuro.

No es odio lo que nos ha movido a lo largo de estos años, un sentimiento tan negativo como ése jamás hubiera podido lograr tanto. Es el dolor transformado en fuerza, es el amor por nuestros seres queridos, por nuestra familia, por la historia de nuestra patria y por nosotros mismos como seres humanos, lo que hace que todavía nos indignemos ante tanta desvergüenza, ante tanta injusticia y sigamos de pie, comprometidos en esta lucha.

Por tantas noches de insomnio,
por tantos días de desasosiego,
por todas las lágrimas derramadas,
por los gritos de justicia arrancados a nuestra garganta;
por el dolor contenido en nuestro pecho;
por la injusticia acumulada en nuestra conciencia;
por todos los recuerdos que se amontonan en nuestra memoria,
hoy queremos escuchar PERDÓN,
desde el corazón, desde la conciencia, desde el pasado; que trascienda nuestras vidas y que llegue a cada una de las víctimas de esta violencia; que te llegue a ti mi hermano, porque quisieron acabar contigo enterrándote con tus sueños.

Perdón que repare y ayude a sanar la herida abierta.
Perdón que valore el esfuerzo y la lucha de cada uno de los familiares.
Perdón que dignifique a nuestra Universidad La Cantuta y ayude a reconstruir su infraestructura dinamitada.
Perdón a todos aquellos maestros, estudiantes, trabajadores que fueron perseguidos por ser cantuteños.
Perdón a todos y todas quienes demostraron solidaridad desde el primer momento y fueron nuestra fuerza a lo largo de estos años.

Porque nuestros familiares renacen de la tierra, del olvido, de la injusticia, de la indiferencia, de la impunidad; se han vuelto fuertes, se han convertido en grandes. Viven en nuestra memoria, se quedan para siempre en nuestras vidas, forman parte de nuestra historia que ha de acabar con la complicidad.

Si el ayer fue de dolor y llanto, nos queda el futuro que tiene que ser de esperanza y de triunfo de saber que vencimos a la impunidad y que se acerca la justicia.

Gisela Ortiz Perea, 25 de octubre de 2007



Fuente: Para que no se repita