Inicio Política Actual Campañas Documentación PCP Marx - Lenin - Mao Tse-tung Enlaces Contacto



DIALÉCTICA DE LA NATURALEZA

F. Engels

[DIALECTICA]

[a) PROBLEMAS GENERALES DE LA DIALÉCTICA. LEYES FUNDAMENTALES DE LA DIALÉCTICA


La dialéctica llamada objetiva domina toda la naturaleza, y la que se llama dialéctica subjetiva, el pensamiento dialéctico, no es sino el reflejo del movimiento a través de contradicciones que se manifiesta en toda la naturaleza, contradicciones que, en su pugna constante en lo que acaba siempre desapareciendo lo uno en lo otro que lo contradice o elevándose ambos términos a una forma superior, son precisamente las que condicionan la vida de la naturaleza. Atracción y repulsión. En el magnetismo comienza la polaridad, que se manifiesta en el mismo cuerpo; en la electricidad, se divide en dos o en más, entre las que media una tensión mutua. Todos los procesos químicos se reducen a los fenómenos de la atracción y la repulsión química. Por último, en la vida orgánica la formación del núcleo de la célula debe, asimismo, considerarse como un caso de polarización de la proteína viva y, partiendo de la simple célula, la teoría de la evolución demuestra cómo todo progreso, hasta llegar de una parte a la planta más complicada y de otra al hombre, es el resultado de la pugna constante entre la herencia y la adaptación. Y en este proceso se revela cuán poco aplicables son a tales formas de desarrollo categorías como las de lo "positivo" y lo "negativo". Podría considerarse la herencia como el lado positivo, conservador, y la adaptación como el lado negativo, que va destruyendo constantemente lo heredado; pero también cabría representarse la adaptación como la actividad creadora, activa, positiva, y la herencia como la actividad retardataria, pasiva, negativa. Sin embargo, así como en la historia el progreso se presenta como la negación de lo existente, también aquí -por razones puramente prácticas- es mejor concebir la adaptación como la actividad de signo negativo. En la historia, el movimiento a través de contradicciones se manifiesta, sobre todo, en todas las épocas críticas de los pueblos que marchan a la cabeza. En tales momentos, un pueblo tiene que optar por uno de los dos términos de un dilema: ¡o lo uno o lo otro!, y además el problema se plantea siempre de modo completamente distinto de como los filisteos politizantes de todos los tiempos querrían que se planteara. Hasta el filisteo liberal alemán de 1848 tuvo que enfrentarse en 1849, de la noche a la mañana, inesperadamente y en contra de su voluntad, al dilema de retornar a la vieja reacción, ahora agudizada, o seguir avanzando por el camino de la revolución hasta la república, y acaso hasta la república una e indivisible, al fondo de la cual se atalayaba el socialismo. No se paró mucho a pensar y ayudó a entronizar a la reacción manteuffeliana, en que culminó el liberalismo alemán. Y otro tanto le ocurrió en 1851 a la burguesía francesa, al encontrarse ante el dilema con el que seguramente no contaba: o una caricatura de imperio, el pretorianismo y la explotación de Francia por una banda de aventureros, o la república socialdemocrática, y la burguesía se inclinó ante la banda de aventureros, para, bajo su égida, poder seguir explotando tranquilamente a los obreros.

*

Hard and fast lines [líneas rígidas y fijas]: incompatibles con la teoría de la evolución; ni siquiera es una línea fija la línea divisoria que media entre los animales vertebrados y los invertebrados, como no lo es la que separa a los peces de los anfibios, y la divisoria entre las aves y los reptiles va borrándose cada vez más, a medida que pasa el tiempo. Entre el compsognathus y el archaeopteryx sólo faltan unos cuantos eslabones intermedios, y en ambos hemisferios se dan picos de aves dentadas. El ¡o lo uno o lo otro! va resultando cada vez más insuficiente. En los animales inferiores, no es posible establecer nítidamente el concepto de individuo. No sólo en el sentido de si este animal es un individuo o una colonia, sino también en los casos en que, en la evolución, termina un individuo y comienza el otro (nodrizas). El viejo método discursivo metafísico no sirve ya para esta fase de la concepción de la naturaleza en que todas las distinciones se funden y disuelven en grados intermedios y todas las contraposiciones aparecen contrarrestadas por términos que se entrelazan. La dialéctica, que no admite ninguna clase de hard and fast lines [líneas rígidas y fijas], ninguna clase de dilemas absolutos e incondicionales, en la que las diferencias metafísicas fijas se entrelazan y al lado de los dilemas aparecen las relaciones coordenadas, cada cosa en el lugar que le corresponde y sin antítesis irreductibles, es el único método discursivo que en última instancia se acomoda a aquel modo de concebir la naturaleza. Para el uso diario, para el comercio científico al por menor, conservan las categorías metafísicas, indudablemente, su vigencia.

*

Trueque de cantidad en cualidad = concepción "mecanicista" del mundo, los cambios cuantitativos alteran la cualidad. ¡Es algo que esos señores ni siquiera han olido!

*

Carácter antagónico de las determinaciones discursivas del pensamiento: polarización. Así como la electricidad, el magnetismo, etc., se polarizan, se mueven en antítesis, así ocurre también con los pensamientos. Y tampoco aquí, como allí, es posible retener nada unilateral, cosa en la que no piensa ningún naturalista.

*

El propio Hegel expresa la verdadera naturaleza de las determinaciones "esenciales" (Enciclopedia, I, § 111, adición): "En la esencia, todo es relativo." (Por ejemplo, lo positivo y lo negativo, términos que sólo tienen sentido en sus relaciones mutuas, pero no por separado.)

*

Parte y todo, por ejemplo, son ya categorías que resultan insuficientes en la naturaleza inorgánica.-La eyaculación del semen, el embrión y el animal recién nacido no pueden concebirse como "partes" separadas del "todo": esto conduciría a un tratamiento deformado. Parte, solamente en el cadáver (Enciclopedia, I, pág. 268).

*

Simple y compuesto. Categorías que ya en la naturaleza orgánica pierden también su sentido y son inadecuadas. Ni la composición mecánica a base de huesos, sangre, cartílagos, músculos, tejidos, etc., ni la composición química a base de elementos expresan un animal. Hegel (Enciclopedia, I, pág. 256). El organismo no es ni simple ni compuesto, por muy complejo que pueda ser.

*

Identidad - abstracta, a = a, y negativa, a no igual y desigual a a al mismo tiempo, también inaplicable en la naturaleza orgánica. La planta, el animal, toda célula es, en cada momento de su vida, idéntica consigo misma y, a la par con ello, diferente de sí misma, por la asimilación y la secreción de sustancias, la respiración y la formación y la muerte de células, por el proceso circulatorio que en ella se opera, en una palabra, por una suma de innumerables cambios moleculares que constituyen la vida y cuyos resultados sumados se manifiestan visiblemente en las fases de la vida -vida embrionaria, infancia, juventud, madurez sexual, proceso de la procreación, vejez y muerte-. Cuanto más se desarrolla la fisiología, mayor importancia adquieren para ella estos cambios incesantes e infinitamente pequeños, mayor importancia adquiere para ello, por tanto, la consideración de las diferencias dentro de la identidad, y envejece y caduca el viejo punto de vista formal y abstracto de la identidad, según el cual un ser orgánico debe considerarse y tratarse como sencillamente idéntico a sí mismo y constante.[*] No obstante, perdura el modo de pensar basado en él, con sus categorías. Pero, ya en la naturaleza inorgánica, nos encontramos con que no existe, en realidad, la identidad en cuanto tal. Todo cuerpo se halla constantemente expuesto a influencias mecánicas, físicas y químicas, que lo hacen cambiar continuamente y modifican su identidad. Solamente en la matemática -ciencia abstracta, que se ocupa de cosas discursivas, aunque éstas sean reflejos de la realidad- ocupa su lugar la identidad abstracta, como la antítesis de la diferencia, que, además, se ve constantemente superada. Hegel, Enciclopedia, I, pág. 235. El hecho de que la identidad lleve en sí misma la diferencia, expresada en toda proposición, en la que el predicado es necesariamente distinto del sujeto: el lirio es una planta, la rosa es roja, donde se contiene en el sujeto o en el predicado algo que el predicado o el sujeto no cubre totalmente. Hegel, pág. 231. Que la identidad consigo misma postula necesariamente y de antemano, como complemento, la diferencia de todo lo demás, es algo evidente de suyo.

El cambio constante, es decir, la superación de la identidad abstracta consigo mismo, se da también en lo que llamamos inorgánico. La geología es su historia. En la superficie, cambios mecánicos (denudación, congelación), cambios químicos (desgaste), en el interior cambios mecánicos (presión), calor (volcánico), cambios químicos (agua, ácidos, sustancias para hacer lijas), en grande los levantamientos de tierras, los terremotos, etc. La pizarra que vemos es fundamentalmente distinta del légamo de que ha sido formada, el yeso radicalmente distinto de las cáscaras microscópicas que lo forman, y más aún la piedra caliza, que, según algunos, tiene un origen completamente orgánico; la piedra arenisca, completamente distinta de las arenas sueltas del mar, procedentes, a su vez, de granito pulverizado, etc., para no hablar del carbón.

*

El principio de la identidad, en el viejo sentido metafísico, principio fundamental de la vieja concepción: a = a. Toda cosa es igual a sí misma. Todo era permanente, el sistema solar, las estrellas, los organismos. Este principio ha sido refutado, trozo a trozo, en cada caso concreto, por la investigación de la naturaleza, pero teóricamente aún sigue resistiéndose y constantemente lo oponen a lo nuevo los sostenedores de lo viejo, quienes dicen: una cosa no puede al mismo tiempo ser igual a sí misma y otra distinta. Y, sin embargo, el hecho de que la verdadera identidad concreta lleva en sí misma la diferencia, el cambio, ha sido demostrado recientemente en detalle por la investigación de la naturaleza (véase más arriba).- La identidad abstracta, como todas las categorías metafísicas, es suficiente para los usos caseros, en que se trata de relaciones pequeñas o de lapsos de tiempo cortos; los límites dentro de los cuales puede emplearse esta categoría difieren casi en cada caso y se hallan condicionados por la naturaleza del objeto: en un sistema planetario, en el que se puede aceptar como forma fundamental para los cálculos astronómicos normales la elipse, sin cometer prácticamente errores, mucho más ampliamente que tratándose de un insecto, que consuma su metamorfosis en unas cuantas semanas. (Poner otros ejemplos, por ejemplo los cambios de las especies, que se cuentan por varios milenios.) Pero la identidad abstracta es totalmente inservible para la ciencia sintética de la naturaleza, e incluso para cada una de sus ramas, y a pesar de que actualmente se la ha eliminado en la práctica de un modo general, teóricamente todavía sigue entronizada en las mentes, y la mayoría de los naturalistas se representan la identidad y la diferencia como términos irreductiblemente antitéticos, en vez de ver en ellas dos polos unilaterales, cuya verdad reside solamente en su acción mutua, en el encuadramiento de la diferencia dentro de la identidad.

*

Identidad y diferencia necesidad y casualidad causa y efecto las dos fundamentales contraposiciones, que, tratadas por separado, se truecan la una en la otra.
Y, además, deben ayudar aquí los "fundamentos".

*

Positivo y negativo. Puede citarse también a la inversa: en la electricidad, etc.; ídem Norte y Sur. Inviértase esto y cámbiese a tono con ello el resto de la terminología, y todo permanecerá en sus justos -términos. Entonces, llamaremos al Oeste Este y al Este Oeste. El sol saldrá por el Oeste, los planetas girarán de Este a Oeste, etc.; no habremos hecho más que cambiar los nombres. En efecto, en física se llama polo Norte a lo que es en realidad el polo Sur de la aguja imantada, atraída por el polo Norte del magnetismo de la Tierra, sin que ello importe en lo más mínimo.

*

La equiparación de lo positivo y lo negativo -cualquiera que sea el lado positivo o el negativo, lo mismo da- [la encontramos] no sólo en la geometría analítica, sino también y sobre todo en física (véase Clausius, págs. 87 y sigs.)

*

Polaridad. La aguja imantada, al cortarse por la mitad, polariza el centro neutral, pero de tal modo que los viejos polos permanecen. En cambio, si cortamos por la mitad una lombriz, vemos que conserva en el polo positivo la boca que ingiere el alimento y forma en el otro extremo un nuevo polo negativo, con su orificio secretor; pero el anterior polo negativo (ano) se convierte ahora en positivo, en boca, formándose en el otro extremo de la lombriz un nuevo ano o polo negativo. Voilà [he ahí] el trueque de lo positivo en negativo.

*

Polarización. Todavía para J. Grimm era inconmovible la afirmación de que un dialecto alemán tenía que ser necesariamente una de dos cosas: o alto-alemán o bajo-alemán. Pero, en esta clasificación tajante, perdía totalmente de vista el dialecto franco. Como el franco escrito del bajo período carolingio era alto-alemán (ya que la transposición de las consonantes del alto-alemán se extendió al Sudeste de Francia), el dialecto franco desapareció aquí, según su modo de ver, en el viejo alto-alemán y allí en el francés. Pero de este modo resultaba absolutamente inexplicable cómo pudo, entonces, el holandés penetrar en la vieja región sálica. Fue después de la muerte de Grimm cuando volvió a descubrirse el dialecto franco: el sálico renovado como holandés y el ripuario en los dialectos medievales del bajo Rin, una parte de los cuales se desplazaron en varias etapas hacia el alto-alemán, mientras que otra parte de ellos siguieron siendo ramas del bajo-alemán, razón por la cual hay que concluir que el dialecto franco tiene tanto de alto-alemán como de bajo-alemán.

*

Casualidad y necesidad

Otra contraposición de que se ve cautiva la metafísica es la que media entre casualidad y necesidad. ¿Puede haber una contradicción más tajante que la que separa a estas dos determinaciones del pensamiento? ¿Cómo es posible que ambas sean idénticas, que lo casual sea necesario y lo necesario, al mismo tiempo, casual? El sentido común, y con él la inmensa mayoría de los naturalistas, consideran la casualidad y la necesidad como categorías que se excluyen mutuamente de una vez por todas. Una cosa, una relación, un fenómeno tiene que ser o casual o necesario, pero nunca ambas cosas a la vez. Lo uno y lo otro coexisten, por tanto, paralelamente, en la naturaleza; ésta encierra toda suerte de objetos y procesos, de los cuales unos son casuales y otros necesarios, siendo importante no confundir entre sí ambas categorías. Así, por ejemplo, se consideran las características determinantes del género como necesarias, reputándose como casuales las demás diferencias que median entre individuos del mismo género, lo mismo si se trata de minerales que de plantas o de animales. Y, a su vez, el grupo inferior se declara casual con respecto al superior, considerándose casual, por ejemplo, cuántas especies distintas integren el genus felis [género felino] o el genus equus [género equino], cuántos géneros y órdenes entren en una clase, cuántos individuos de cada una de estas especies existan, cuántas clases distintas de animales se den en determinada región o, en general, la fauna o la flora. Y se reputa lo necesario como lo único interesante desde el punto de vista científico y lo casual como lo indiferente para la ciencia. Lo que vale tanto como decir que lo que puede reducirse a leyes, o sea lo que se conoce, es interesante y lo que no se conoce, lo que no se sabe reducir a leyes, indiferente y que, por tanto, se puede prescindir de ello. Con lo cual cesa toda ciencia, ya que ésta debe precisamente investigar lo que no conocemos. Eso quiere decir: lo que se puede reducir a leyes generales se considera necesario y lo que no, casual. Todo el mundo se da cuenta de que es el mismo tipo de ciencia el que reputa natural lo que sabe explicarse y atribuye a causas sobrenaturales lo que es inexplicable para ella, siendo de todo punto indiferente en cuanto al fondo de la cosa que llame a la causa de lo inexplicable casualidad o la llame Dios. Son dos maneras distintas de expresar mi ignorancia y nada tienen que ver, por lo tanto, con la ciencia. Esta termina allí donde falla la trabazón necesaria.

Frente a esto tenemos el determinismo, que pasa del materialismo francés a las ciencias naturales y que trata de resolver el problema de lo casual pura y simplemente negándolo. Según esta concepción, en la naturaleza reina sencillamente la necesidad directa. Si esta vaina de guisante tiene precisamente cinco granos, y no cuatro o seis; si la cola de este perro mide cinco pulgadas de largo, ni una línea más o menos; si esta flor de trébol ha sido fecundada en el año actual por una abeja, y aquella otra no, y lo ha sido, además. por una determinada abeja y en un momento determinado; si esta simiente ya ajada de diente de león ha germinado y la otra no; si anoche me ha picado una pulga a las cuatro de la mañana, y no a las tres ni a las cinco, y me ha picado, concretamente, en el hombro derecho, y no en la pantorrilla izquierda: son todos hechos producidos por un encadenamiento inexorable de causa a efecto, por una inconmovible necesidad, de tal modo, que ya la bola de gas de la que nació el sistema solar estaba dispuesta de manera que estos hechos tuvieran que producirse precisamente así, y no de otro modo. Es ésta una clase de necesidad que no nos saca para nada de la concepción teológica de la naturaleza. A la ciencia le da, sobre poco más o menos, lo mismo que llamemos a esto, con Agustín y Calvino, los designios eternos e insondables de Dios, que lo llamemos "kismet", como los turcos, o que lo bauticemos con el nombre de necesidad. Imposible desembrollar en ninguno de estos casos la cadena causal; nos quedamos a oscuras lo mismo en un caso que en otro, la llamada necesidad no pasa de ser una frase vacía de sentido, y la casualidad sigue siendo, así, lo que antes era. Mientras no podamos probar a qué causas obedece el número de guisantes que hay en una vaina, seguirá siendo algo casual, y no avanzaremos ni un paso en su explicación por decir que la cosa se hallaba ya prevista en la originaria constitución del sistema solar. Más aún. La ciencia que se propusiera indagar retrospectivamente en su encadenamiento casual el caso de esta vaina concreta de guisante, ya no sería tal ciencia, sino un mero juego, pues la misma vaina de guisante presenta por sí sola innumerables características individuales más, que se presentan como obra del azar: el matiz del color, el espesor y la dureza de la cáscara, el tamaño de los guisantes, etc., para no hablar de las particularidades individuales que pueden ser descubiertas a través del microscopio. Una sola vaina de guisante plantearía, pues, más problemas de concatenación causal de los que serían capaces de resolver todos los botánicos del mundo.

Como se ve, lo casual no se explica aquí partiendo de lo necesario, sino que, por el contrario, se rebaja la necesidad al plano de engendradora de lo puramente casual. Si el hecho de que una determinada vaina de guisante tenga seis granos precisamente, y no cinco o siete, forma parte del mismo orden que la ley motriz del sistema solar o la ley de la transformación de la energía, no se eleva en realidad lo casual al plano de lo necesario, sino que, por el contrario, se degrada la necesidad, convirtiéndola en casualidad. Más aún. Por mucho que se afirme que la variedad de las especies e individuos orgánicos e inorgánicos que crecen y viven, unos junto a otros, en un determinado terreno responde a una inconmovible necesidad, sigue siendo con respecto a los individuos y especies sueltos lo mismo que antes era, algo casual. Para un determinado animal es el azar quien dispone dónde nace, con qué medio se encuentra para su vida, cuáles y cuántos enemigos lo amenazan. Es algo puramente casual, para la planta matriz, a dónde empuje el viento su simiente, como lo es para la planta-hija dónde encuentre la semilla el mantillo necesario para germinar, y resulta un consuelo bien pobre el asegurar que también aquí se halla todo dispuesto por la inexorable necesidad. El modo como los objetos naturales aparecen mezclados y revueltos en una determinada zona, más aún, sobre toda la faz de la tierra. seguirá siendo, por mucho que se asegure que se halla predeterminado desde toda una eternidad, lo mismo que antes era: algo puramente casual.

Frente a estas dos concepciones, aparece Hegel con sus tesis, hasta llegar a él completamente inauditas, de que lo casual tiene un fundamento por ser casual, del mismo modo que, por ser casual, carece de todo fundamento; de que lo casual es necesario, de que la necesidad se determina a sí misma como casualidad y de que, de otra parte, esta casualidad es más bien la absoluta necesidad (Lógica, II, libro III, 2: "la realidad"). Los naturalistas han dejado a un lado, pura y simplemente, estas tesis, considerándolas como juegos paradójicos, como un absurdo contradictorio consigo mismo y han seguido aferrándose teóricamente, de una parte, a la vaciedad de la metafísica de Wolff, según la cual algo tiene que ser o casual o necesario, pero nunca ambas cosas a un tiempo, y, de otra parte, a un determinismo mecanicista no menos vacuo, que, negando de palabra la casualidad en general, lo reconoce de hecho y trata de ponerlo de manifiesto en todos y cada uno de los casos particulares.

Y, mientras la investigación de la naturaleza siguió pensando así. ¿qué hizo en la persona de Darwin?

En su obra decisiva, Darwin arranca de la más amplia base de casualidad con que se encuentra. Son precisamente las infinitas diferencias casuales de los individuos dentro de cada especie, diferencias que van acentuándose hasta romper el carácter de la especie misma, y cuyas causas, incluso las más cercanas, sólo es posible poner de manifiesto en muy contados casos las que le inducen a poner en tela de juicio lo que hasta entonces venía siendo la base de todas las leyes de la biología, el concepto de especie, en su rigidez e inmutabilidad metafísicas anteriores. Pero sin el concepto de especie, toda la ciencia quedaba reducida a la nada. Todas las ramas de la ciencia postulaban como base necesaria el concepto de especie: la anatomía humana y la anatomía comparada, la embriología, la zoología, la paleontología, la botánica, etc.: ¿en qué quedaban todas ellas convertidas, sin el concepto de especie? Todos sus resultados quedaban, no ya en entredicho, sino sencillamente anulados. La casualidad echa por tierra la necesidad, tal como se la venía concibiendo hasta entonces.[**] La idea anterior de la necesidad falla. Aferrarse a ella equivale a querer imponer a la naturaleza como una ley la determinación arbitraria del hombre, contradictoria consigo misma y con la realidad, equivale, por tanto, a negar toda necesidad interior en la naturaleza viva y a proclamar de un modo general el caótico reino del acaso como única ley de la naturaleza viviente.

"¡El Tausves-Jontof ya no rige!", gritan de un modo perfectamente consecuente los biólogos de todas las escuelas.
Darwin.

*

Hegel, "Lógica", tomo I25

"La nada contrapuesta al algo, la nada de cualquier algo, es una determinada nada" (pág. 74).

"Con respecto a la trabazón del todo (universal), trabazón determinante de los cambios, pudo la metafísica hacer la afirmación -en el fondo tautológica- de que, al destruirse un grano de polvo, se vendría a tierra todo el universo" (pág. 78.)

Negación. Pasaje principal. "Introducción", pág. 38: "que lo contradictorio no se reduce a cero, a la nada abstracta, sino a la negación de su determinado contenido", etc.
Negación de la negación. Fenomenología, prólogo, pág. 4: botón, flor, fruto, etc.



[*] Al margen del manuscrito encontramos aquí la siguiente observación, subrayada por Engels: "Prescindiendo, además, de la evolución de las especies." (N. del ed.)

[**] Al margen del manuscrito aparecen entre paréntesis, un poco más arriba de la frase anterior, las siguientes palabras: "El material de hechos casuales que ha ido acumulándose entretanto ha ahogado y roto la vieja idea de la necesidad." (N. del ed.)


[subir]