La alteración de pruebas no es un vicio
de algunos malos policías bonaerenses, ni como plantean
algunos periodistas que encubren su complicidad con una
pretendida ingenuidad, un hecho inexplicable. Es una práctica
constante que repiten cotidianamente las fuerzas policiales de
todo el país, y que define precisamente lo que llamamos
gráficamente "gatillo fácil": un fusilamiento enmascarado como
enfrentamiento (o a lo sumo, como accidente), empleando para
ello una batería clásica de recursos: alteración de la escena
del crimen; plantado de armas, drogas u otros elementos
incriminadores; asentamiento de falsos registros en los
libros policiales, etc. En este caso consistió en quitar y
lavar las esposas del joven fusilado, no registrar la
detención en el libro de guardia, plantarle un arma, y la tan
recurrente excusa de que al policía se le “escapó” un disparo
que “accidentalmente” fue a dar en la cabeza de Darián.
Para montar esta escena, los
bonaerenses se tomaron catorce horas, tiempo que transcurrió
hasta que los padres del menor se enteraron del asesinato y
convocaron a una marcha a la comisaría. Familiares y
amigos de Darián, junto con CORREPI y otras organizaciones
políticas y de derechos humanos, concentraron en la
esquina de la comisaría para repudiar el accionar policial. La
respuesta del gobierno fue la de siempre: intentar amedrentar
con un operativo de seguridad compuesto por 500 efectivos (es
decir, cinco efectivos por manifestante presente,
aproximadamente). Lejos de sentirse intimidados por la
desproporción numérica, los pibes del barrio, víctimas
cotidianas de amenazas y golpizas por parte de los
efectivos de la 3ª, arremetieron a piedrazos en reiteradas
ocasiones contra el cordón policial. Los efectivos de
infantería salieron a cazar pibes no sin antes arrojar algunas
balas de goma y algún que otro gas lacrimógeno. El resultado
fue la detención de al menos cuatro personas que, según
los medios de comunicación locales, recuperaron la libertad al
día siguiente. En reiteradas ocasiones CORREPI intentó
comunicarse con la comisaría 3ª, con la Departamental La Plata
y con el Ministerio de Seguridad para conocer la cantidad de
detenidos, sin recibir respuesta alguna.
La vicegobernadora bonaerense Graciela
Giannettasio consideró al asesinato como un “hecho
desgraciado” y tildó de “grupos radicalizados” a los
pibes que reaccionaron contra la policía. En la
misma sintonía se mostraron los funcionarios de la Secretaría
de Derechos Humanos provincial y de la Asociación Bru.
Los mismos encargados de dar cursitos de derechos humanos a
policías que salen a la calle y fusilan pibes intentaron por
todos los medios frenar la indignación popular expresada en
los piedrazos y las gomas quemadas.
Volviendo a la señora Giannettasio,
esta se mostró satisfecha porque el “Ministerio de Seguridad
obró inmediatamente separando de la fuerza o deteniendo a los
implicados” y porque “las instituciones rigen plenamente en la
provincia”. Las instituciones de las que parece estar
orgullosa la segunda de Felipillo son las mismas que más allá
de toda purga siguen manteniendo el promedio de una
persona asesinada día por medio y que tan bien cumplen
su función de disciplinamiento y limpieza social.
GATILLO FÁCIL EN MENDOZA: LO MISMO,
PERO SIN MEDIOS
La versión oficial en el caso de Darián
Barzabal de que el pibe tenía un arma y atacó al policía
Regalía dentro del patrullero fue ampliamente superada por la
policía mendocina apenas 48 horas antes. Jonathan Oros (18),
murió por disparos policiales... en el interior de
la comisaría 33ª, del humilde barrio San Martín.
Según la policía, Jonathan ingresó a punta de pistola a la
comisaría, al grito de "los voy a matar a todos" y empezó a
disparar, por lo que los tres funcionarios que estaban en la
guardia se refugiaron abajo de un escritorio y repelieron el
ataque.
La familia asegura, con el aval de varios
testigos que ya declararon ante el fiscal, que Jonathan iba a
tomar el colectivo en la parada que está frente a la
comisaría, cuando pasó un policía que lo conocía y con el que
empezó una discusión hasta que el funcionario le disparó
hiriéndole un pie. Inmediatamente lo ingresó por la
fuerza a la dependencia, en cuyo interior le dispararon
dos veces más, una en la ingle y otra en el abdomen. Después
de permanecer en coma varios días, finalmente Jonathan
falleció en el hospital.
Salvo los medios locales, el hecho no tuvo
repercusión mediática alguna, por lo que la justicia no se vio
obligada a producir espectaculares resultados, mucho
menos con rapidez. El fiscal dijo que "está en un impasse
hasta que lleguen los resultados de la autopsia", después
de lo cual evaluará "si se trató de un exceso o de una
legítima defensa". De homicidio, ni hablar.
LOS PARAPOLICIALES DE ARSLANIAN SON SUS
POLICÍAS
El Ministro de Seguridad, León Arslanián,
aseguró a varios medios que el gobierno tiene
conocimiento de la existencia de grupos parapoliciales que se
dedican a secuestrar testigos de las causas a los represores
de la dictadura. Con la habitual ambigüedad con que habla este
gobierno a través de su presidente y sus funcionarios, las
declaraciones de Arslanián no dicen nada nuevo. Desde la
desaparición de López, todo el oficialismo viene batiendo
el parche de los grupos parapoliciales, cosa de lavar la cara
de su aparato represivo. Lo único nuevo en la declaración de
Arslanián es que ahora, ante la pregunta de La Nación de si
tiene grupos identificados, respondió “Sí, sabemos de
personas que pueden estar vinculadas a una acción de estas
características”, y luego de haber repetido el mismo
guión, agregó “No voy a dar ninguna opinión más allá de
esta observación”. En fin, el mismo mediocre circo discursivo
de siempre.
El Ministro asegura que los grupos
parapoliciales “buscan sembrar el terror”. Tal afirmación
supone que en este país no hay ningún sector de la sociedad
sometido a prácticas atemorizantes oficiales. ¿Qué
significarán para este funcionario las palabras “escuadrón de
la muerte”? ¿No es terror lo que viven los pibes que son
levantados por la policía, apaleados, torturados y tantas
veces asesinados? Cada día, cada ciudad y cada barrio
recibe el mensaje ejemplarizador de casos como el de
Darían Barzábal. ¿No es terror morir calcinado en una celda
con las risas del servicio penitenciario como fondo?
CORREPI ya ha demostrado en más de una
ocasión que existen los escuadronnes de la muerte, como
el dirigido por el sargento en actividad Hugo "Beto"
Cáceres en Don Torcuato e intregado por policías de la
comisaría 3ª y del comando patrullas de Tigre, o
por policías retirados o exonerados como el "mataguachos"
de Villa Fiorito, José Peloso, que siguen prestando
"servicios irregulares" sin uniforme, generalmente como
complemento de la patota de calle de la
zona. ¿O ya nos olvidamos todos de que en el operativo
militar del Puente Pueyrredón, el 26 de junio de 2002, además
del personal uniformado de tres fuerzas nacionales y una
provincial, en las camionetas policiales iba disparando, con
su célebre chomba rayada, el policía retirado Francisco
Robledo? Esos, y no otros, son los "parapoliciales" de
Arslanian.
En este país no hacen falta otros
grupos parapoliciales para sembrar el terror a quienes hay que
disciplinar preventivamente. El terror a la mayoría de la
población se aplica cotidianamente, con la dirección política
de Arslanián y del gobierno que integra, y cuando no
les conviene, los rebautizan, y salen hablando de "resabios de
la dictadura", de "bolsones mafiosos" o de "grupos
parapoliciales". Mientras tanto, encerrando a dos o
doscientos ancianos represores, pretenden que olvidemos lo que
es el sufrimiento cotidiano infligido por los que todos
los días destruyen un barrio, una familia, y destrozan con la
tortura los cuerpos de los jóvenes que caen en las manos
de los que, con una foto en el patrullero, “buscan a
López”.
OYARBIDE, LA TRIPLE A Y EL CASO
BULACIO
El juez federal Oyarbide decretó, en la muy
vieja causa de la Triple A, que "los graves hechos
-secuestros, homicidios, etc.-
orquestados desde el Estado" son, por eso
mismo, "delitos que
atentan contra los derechos humanos y que
resultan imprescriptibles a la luz de las normas legales
vigentes". Sin perjuicio de que era hora de ocuparse
también de los criminales oficiales nucleados en la
organización dirigida por el ministro de bienestar social
del gobierno peronista de 1973 a 1975, no tiene nada
de novedosa la reafirmación de que los crímenes de
estado, orquestados desde los gobiernos, perpetrados por
organizaciones surgidas del seno oficial, son por
definición violaciones a
los DDHH. Nada
que amerite los aplausos recibidos por el pequeño juez
federal, que logró dejar en el
olvido sus antecedentes como señero integrante de la
servilleta de Corach y como socio de la policía federal en sus
negocios de tráfico de sexo y droga como lo probó el escándalo
Espartacus.
El único debate que abrió la resolución de
Oyarbide es el planteado por la más recalcitrante derecha, la
que no entiende "los tiempos que corren" e insiste desde sus
tribunas de doctrina, como el diario La Nación, en que no es necesario que
el sujeto activo sea el estado o quien actúe con su
aquiescencia, para que se configure el crimen de lesa
humanidad, es decir, el que afecta a la humanidad toda en sus
derechos y no solamente a los derechos individuales de la
persona. Como lo prueban la letra del Tratado de Roma y una
fuerte corriente del "derecho humanitario internacional", la
posición de sostener que también los particulares o grupos de
particulares pueden cometer este tipo de delitos
universalmente repudiados, y en especial, la de meter por la
ventana el concepto nunca definido claramente de "terrorismo"
a secas (bien sabemos lo que es el terrorismo de estado, en
cambio), está lejos de ser una discusión
jurídica, sino que se disfraza de eso para disimular que se
trata de una postura política que busca la forma de globalizar
la represión a los compañeros y organizaciones populares
que a lo largo y ancho del mundo utilizan la vía violenta en
la lucha por la liberación nacional o la revolución
social.
Pero hay otra arista que, por supuesto,
nadie vio, y no motiva debate alguno: Si los crímenes de la
Triple A -igual que los de la dictadura- son definidos
por la justicia argentina como violaciones a los derechos
humanos porque fueron cometidos desde el estado, a través de
sus instituciones o de organizaciones orquestadas al amparo de
ellas, ¿porqué no definen de igual modo los homicidios,
secuestros y torturas cometidos por los actuales integrantes
de las fuerzas de seguridad? ¿O los policías, gendarmes y
miembros de los servicios penitenciarios de hoy son menos
parte del estado que la Triple A?
No hay más clara evidencia de que,
como hemos sostenido siempre, se miran de un modo los crímenes
del pasado, cuyos ejecutores ya no son útiles hoy para el
sistema, y de otro los cometidos por quienes hoy integran
el brazo armado de la opresión, sencillamente porque a éstos
los precisan acá y ahora para disciplinar preventivamente a
potenciales insumisos. No hay otra explicación para el dislate
jurídico -totalmente lógico si se analiza políticamente- que
significa que la Corte Suprema, la misma que Oyarbide cita
profusamente en los fundamentos de su resolución, se haya
negado a reconocer el carácter de crimen de estado del delito
policial en el caso Bulacio, y por extensión, a todos los
casos de gatillo fácil, torturas y detenciones arbitrarias.
Mientras hablando de delitos cometidos hace
más de 30 años la justicia argentina puede darse el lujo de
decir que "la existencia de la Triple A (...)
montada desde el aparato del Estado, bajo cuyo amparo y
garantía de impunidad actuó la asociación, en una práctica
generalizada que de por sí constituyó una grave violación a
los derechos humanos justamente porque fueron implementados y
llevados a cabo desde el Estado y por sujetos que respondían a
ese poder", la Corte Suprema, en la causa Bulacio,
dijo al negarse a acatar la sentencia internacional que
el caso "no podría considerarse alcanzado por las
reglas de derecho internacional incorporadas a nuestro
ordenamiento jurídico en materia de imprescriptibilidad".
Dicho de otro modo: un homicidio cometido por el
comisario Almirón en 1975 es una violación a los DDHH, y
por lo tanto imprescriptible, porque él era policía, pero
el mismo homicidio, cometido por un policía hoy, no lo
es. Las "reglas de derecho internacional incorporadas a
nuestro ordenamiento jurídico" tienen un claro límite de
aplicación temporal: valen para los represores jubilados, no
para los que ejecutan hoy la política represiva estatal.
MISIONES: MURIÓ
YAMILA
En el Boletín n° 408 contábamos
que el sábado 23 de diciembre una nena de 15 años, Rosa Yamila
Gauna, fue detenida y alojada en la Comisaría de la Mujer de
Misiones, con la excusa de alguna contravención
del Código de Faltas de la provincia. La encerraron en
una "sala de alojamiento" desde
donde, según la versión policial, minutos después empezó a
salir humo. La detención, absolutamente ilegal por la edad de
la chica, no había sido comunicada al juez de menores de
turno. Decíamos también que había indicios de que la
quemaron viva para ocultar algún tipo de abuso al que fue
sometida en la comisaría. El 11 de enero Yamila, con el 90 %
del cuerpo afectado por las quemaduras, finalmente
murió.
También como en Los Hornos, se
pudo establecer que hay asientos tergiversados en los
libros policiales y hasta un certificado médico falsificado.
La posibilidad de que haya sido violada en la comisaría hizo
que el juez de menores ordenara poco antes de su muerte un
examen ginecológico cuyo resultado no se conoce todavía, pero
lo más destacable es que a 20 días del hecho, y a pesar que su
madre desde el mismo día de la detención reclamó que se
investigara judicialmente, el sumario todavía no salió de la
misma dependencia policial responsable de la muerte, y el juez
de instrucción no ha tomado medida alguna. Según el diario El
Territorio Digital del 12 de enero, "el juez en feria, Horacio
Gallardo, hasta ayer sólo sabía del caso por las
publicaciones periodísticas". Vamos con el gobierno de los
Derechos Humanos.
NOS VAMOS A RÍO
NEGRO
El próximo 17 de enero, una
delegación de compañeros de CORREPI viajará a la provincia de
Río Negro, con el propósito de realizar diversas actividades
en las ciudades de Viedma y Bariloche. Vale resaltar que esta
provincia cuenta con una estructura represiva sumamente
aceitada, que incluye amplísimas facultades policiales en
materia de detenciones arbitrarias, con un código de faltas
que establece como prueba irrefutable las actas policiales, un
sistema de detenciones por averiguación de antecedentes de
hasta 24 horas por mera "sospecha" policial, y otras perlas
como la autorización, código procesal mediante, para que la
policía realice allanamientos y requisas sin orden judicial
"en caso de urgencia" (que obviamente, ellos mismos califican
como tal). La policía, en casos de presuntos delitos, puede
por sí misma retener personas en el lugar, interrogarlas, y si
bien formalmente no puede tomar declaración al imputado, se la
autoriza para que si el "sospechoso" manifiesta deseo de
hacerlo espontáneamente, se labre el acta correspondiente. Ya
sabemos con qué "incentivos" hacen los detenidos esas
declaraciones "espontáneas", siempre
incriminantes...
Los compañeros confluirán en
Bariloche con los militantes del Colectivo del Alto, que
vienen denunciando sostenidamente el creciente estado de
militarización de los barrios pobres de la ciudad, el uso
indiscriminado de detenciones arbitrarias de jóvenes pobres,
los casos de gatillo fácil y las recurrentes muertes en la
Alcaidía y las comisarías locales. Realizarán jornadas
callejeras de agitación y propaganda con el Manual del Pequeño
Detenido y otros materiales, y una charla pública. El código
de faltas provincial exige pedir autorización previa a la
policía para toda actividad en lugares
públicos, encorsetando el ejercicio del derecho de
reunión y de manifestar en la vía pública como ni el
legislador porteño Enríquez se hubiera animado a plantear.
Damos por fehacientemente informadas a las autoridades locales
por este medio, ya que no vamos a pedirles permiso para salir
a la calle a denunciar la política represiva del estado.
En Viedma, el encuentro será con
la familia de David Moyano, que junto con compañeros del
ámbito estudiantil y militantes antirrepresivos vienen
organizando la denuncia de los casos de muertes en las
comisarías locales, especialmente la Alcaidía, con eje en lo
ocurrido a David, quien murió quemado en la celda de
aislamiento en el marco de una serie de denuncias previas de
su parte y de su familia que permitían prever ese desenlace.
De hecho, el 7 de noviembre de 2005, al mismo tiempo que se
incendiaba el pequeño calabozo donde cumplía una
sanción por haber intentado defender a otro preso al que el
estaban pegando, funcionarios del Patronato de Presos y
Liberados, de la Defensoría del Pueblo y de la Dirección
de DDHH provincial estaban presentes en la Alcaidía, a raiz de
los llamados de los internos pidiendo ayuda. A estar a
las constancias de la causa penal en la que los padres de
David son querellantes, ni como testigos sirvieron, porque
estaban casualmente todos mirando para otro lado en el momento
que se desató el fuego. Es escalofriante la foto obtenida
por un periodista del Diario De la Costa en el momento que
tres policías sacaban, agarrándolo por las manos y pies, a
Moyano del calabozo. Uno de ellos, mirando el cuerpo llagado
por el fuego (tenía el 60 % de la superficie corporal
quemada), no puede contener ni ante la cámara una sonrisa
socarrona. Se habían librado del "preso molesto".
PRÓXIMAS
ACTIVIDADES
18 de enero, movilización
reclamando al aparición con vida de Jorge Julio
López.
12 de febrero, 9:00, comienza el
juicio oral al oficial Cristian Solanas por el asesinato de
Rodrigo Corzo. San Martín 123, Morón.